Zdzislaw Beksinski |
Yo creía ser, más bien, de lo mínimo, de la cabaña de madera, del tizón, el rescoldo de la lumbre, la sábana, el amor lento y sosegado, el amor de caldos y velas, el amor que se protege del helor afuera, el amor de metáforas, la escritura del amor bajo el invierno, la pluma y el río, el tejado y la nieve, la senda más que el camino, la senda más allá del camino, la fruta de otoño, la boria septembrina, el llorar con el alma, los paraguas de negro y el gabán castaño, la barba de doscientos setenta y cuatro días, el tañido de la campana, el románico, los muros de la patria mía entreverados de hierbajos y rastrojos del campo, la vida flemática, la vida nórdica, la vida callada, el copo tardo y danzarín, las mujeres esbeltas del camino con la mirada triste, las mujeres del camino coloreadas de ocre y olvido, la primera página de un viejo libro que hedía a café antiguo, la ausencia del sol, la ausencia de la calima, la ausencia de la carne a borbotones, de la carne rápida, la presa fácil de la carne, la ausencia de sombrero, la ausencia feliz de una primavera, de un verano.
Yo creía que era de todo aquello. Pero vive en mí la impresión ahora de una primavera, la fugacidad de una noche de verano. La vida es un
eterno retorno, sí. ¿Pero en qué momento viví yo la impresión de una primavera, la
fugacidad de una noche de verano? ¿Qué vengativo regreso a lo
inexistente si yo no padecí nunca de desangramientos felices, de degüellos primaverales, de la horca de agosto?
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