domingo, 1 de junio de 2014

Llueve, al fin

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada. 

Así inicia Cela Mazurca para dos muertos. Y con ese inicio resumo este primer día de junio, que es más un junio septembrino de lluvia gris que un junio mayeado de amarilla y fértil lluvia. En este pueblo, cuando llueve, siempre se hace otoño, que es la imagen que tengo siempre de los agricultores en el campo. Hoy están ellos felices porque los árboles también lo están. 
Campos de trigo en lluvia. Van Gogh

domingo, 6 de abril de 2014

Zarzuela


Los jugadores de cartas. Pintura de Cezanné
-Qué dicen los periódicos, Manuel. 
-Qué van a decir, qué van a decir. 
-Algo dirán, matacán. 
-Que van a desaparecer. 
-Y qué más, Manuel, algo más dirán. 
-También que se puede uno morir, hay que ver, se va a poder morir uno, don Miguel, de tristeza si se quiere. 
-Hombre, si se quiere, ¡si se quiere no va a ser! Será si uno de penas entristece tanto que no tendrá más remedio que fenecer. 
-Eso es, eso es, don Miguel, ¿ve cómo los periódicos no le hacen falta a usté?

Sábado, 05 de Abril de 2014 



Morir de pena

Un nuevo estudio estrecha la vinculación entre depresión y enfermedades cardiacas

Los cardiólogos estadounidenses incorporan la tristeza profunda como factor de riesgo

miércoles, 19 de marzo de 2014

CAMBIO ESTACIONAL

Zdzislaw Beksinski 
A mí me jodía la idea de un eterno verano, de la insurrección primaveral de marzo, los lirios, el campo, y toda esa barahúnda de cursilerías de perfume, la calle brotada de críos, abril, mayo y junio, la triple entente bullente, la maligna triada del sol, el tríptico de la decandencia del frío. Todo aquello me saturaba, me hipertensaba. 

Yo creía ser, más bien, de lo mínimo, de la cabaña de madera, del tizón, el rescoldo de la lumbre, la sábana, el amor lento y sosegado, el amor de caldos y velas, el amor que se protege del helor afuera, el amor de metáforas, la escritura del amor bajo el invierno, la pluma y el río, el tejado y la nieve, la senda más que el camino, la senda más allá del camino, la fruta de otoño, la boria septembrina, el llorar con el alma, los paraguas de negro y el gabán castaño, la barba de doscientos setenta y cuatro días, el tañido de la campana, el románico, los muros de la patria mía entreverados de hierbajos y rastrojos del campo, la vida flemática, la vida nórdica, la vida callada, el copo tardo y danzarín, las mujeres esbeltas del camino con la mirada triste, las mujeres del camino coloreadas de ocre y olvido, la primera página de un viejo libro que hedía a café antiguo, la ausencia del sol, la ausencia de la calima, la ausencia de la carne a borbotones, de la carne rápida, la presa fácil de la carne, la ausencia de sombrero, la ausencia feliz de una primavera, de un verano. 

Yo creía que era de todo aquello. Pero vive en mí la impresión ahora de una primavera, la fugacidad de una noche de verano. La vida es un eterno retorno, sí. ¿Pero en qué momento viví yo la impresión de una primavera, la fugacidad de una noche de verano? ¿Qué vengativo regreso a lo inexistente si yo no padecí nunca de desangramientos felices, de degüellos primaverales, de la horca de agosto? 


jueves, 20 de febrero de 2014

REDACTORAS


Había un teléfono que no dejaba de sonar. ¿Se coge o no? Resultaba que sí. Luego sonaban varios más a lo largo de toda la mañana y lo cogían ellas. Corresponsales, médicos, políticos, escritores, nadie. Atendían redactoras de tecla rápida y sin titubeo. Uno las oía todas las mañanas, que venían cargadas de sueño y con unas mandarinas para el almuerzo. Las mujeres, ya sé que también en la vida, eran para el periódico la ilusión del aire matinal, la ilusión del papel, la ilusión de los gatopardos que sudábamos por la sobaquera y estábamos todo el rato callados. Una redacción solo de hombres debe de ser el antiperiodismo, el mutismo constante, la seriedad depresiva, y el olor a café todo el rato. Ellas llegaban oliendo a mujer, taconeando y hablando como mujeres. Y eso era lo que vestía a la redacción por las mañanas antes de que las noticias comenzaran a suceder. 

Uno creía que una redacción era el sacrosanto mausoleo del objetivismo y la seriedad, del habla culta y refinada, del puro gordo, el reloj de bolsillo y la botella de coñac en un cajón. Pero el periódico era el baño de la normalidad, del coloquialismo y el diálogo a veces fútil, también de la risa pícara y de la máxima de escribir para que te entienda hasta el más tardo. Sin duda, era una verdadera banalización de lo que pasaba afuera y que en la redacción se trivializaba y se le daba la importancia justa, que es muy distinto de la relevancia que pueda tener una noticia. Si moría alguien famoso, ningún problema: obituario, dos por tres, foto en blanco y negro, y punto final. Al principio me parecía una frialdad. Luego me fui haciendo a la idea de que aquello era un entierro como otro cualquiera. En un periódico, al cabo, un personaje público está compuesto de tres corta y pega de un teletipo de EFE, un testimonio familiar y cuatro tontunas que se sacan de Internet para que no suene precisamente a redacción aséptica, objetivismo de agencia y periodismo sin lectores. 

Una tarde noche hablaban de que era posible que al día siguiente nevara en el Noroeste. ¿Te acuerdas de cuando dábamos las primeras nieves?, preguntó una. Entonces yo sentí la necesidad imperiosa de entrometerme y decir algo así como: pues allí en mi pueblo nieva todos los años. Pero comprendí que era tiempo de que ellas hablasen y de que yo, todavía con una concepción wilderiana y gris de la profesión, hiciera mutis y me dejara llevar por los encantos de la melodía periodística de las redactoras mientras escribían y yo miraba de soslayo a ese ventanal que por las noches hacía las veces de espejo, en el que se me veía junto a ellas, como una sombra, como un espía, o como un amante.  


Fotograma del film Juan Nadie, de Frank Capra

miércoles, 8 de enero de 2014

Enero viejo

Uno quisiera escribir un artículo cada día, en cada momento, con la sintaxis gratis y manejable, ancha, y sacarse una columna breve y personal de un asunto de actualidad. Aunque yo prefiero un asunto atemporal, que es una actualidad prolongada en el eterno retorno de la vida, como por ejemplo enero. Enero y su cuesta, enero y sus mañanas rasas, enero y el peso del pasado, enero y madres en chándal por el paseo Paco Rabal de La Rafa, enero y los juguetes rotos, enero y sus tardes naranjas y cielos diáfanos, enero y la devolución, enero y las noches en vela de los estudiantes, enero y la dieta, enero y un suspenso, enero y las rebajas, enero tristón, enero vacío, enero anímico, enero oneroso, enero seco y bíblico, enero de tiempo ordinario, enero cojonero y viejo. De pronunciar tanto la palabra enero, como que se enrarece. Qué coño es enero. Enero es en mi recuerdo una calle gris y fundida, y un corte de pelo. A enero le cuesta empezarse. Enero propende a la melancolía pero le tiran los meses con fuerza. Uno en verdad, si lo piensa bien, tiene alma de enero, saturado ya de diciembres y guirnaldas de luces. Aunque esta Nochebuena se nos fue la luz en algunos pueblos de la Comarca. Entonces hubo cenas antiguas, con velas rojas y blancas en los extremos de las mesas, un abuelo firme y un nieto lloriqueándole sobre el hombro de pana. Yo recuerdo Bullas dividida en dos por un telón negro que ensombreció la Gran Vía, el Camino Real, la Plaza de España, la Plaza Vieja, la Avenida de Murcia, el Barrio Francés y todo eso. Cuando crucé el telo negro, me vi como sombreado y ladrón. Las muchachas pisaban la acera con taconeo arrítmico y alumbrándose el camino con una luz escasa y breve. Las campanas tañían la misa del Gallo y la noche oscura del alma y de la calle se encogía. Los coches iban despacio y los conductores guiñaban los ojos dando la larga en los cruces, inundados de la tiniebla en la noche del Alumbramiento.



La gente mayor hablaría de que irse la luz es un aviso de algo. En verdad, un buen día, la luz puede esfumarse y volver todo como al año catapún. Recuerdo a un profesor que ya tenía la burra preparada con los aparejos en su garaje por si las moscas. También recuerdo a un meteorólogo advirtiendo que el mundo, en cualquier momento, podría irse al carajo. En realidad, todo eso ya lo sabían los viejos y vienen a decirnos que esto del apagón es un aviso porque nos ven demasiado tranquilos y seguros en este mundo de enchufes y pantallas. También enero es un apagón del tiempo, una espesura en el llano de los meses. Un aviso. Cuando llegó la luz, bebimos la misma basura de siempre. Está claro que de diciembre uno puede escribir más que de enero. Enero, en verdad, es un sillón aterciopelado donde reposar el cansancio del año pasado. Enero es una Olivetti vieja que no se usa. Enero es una mirada lánguida o irritada. Enero es la memoria de los doce meses. A uno le gustaría escribir un artículo cada día, en cada momento, con la melancolía sintáctica de enero. Enero tristón y escribano, enero monótono y ordinario. Enero viejo y repleto de pasado.  

Llueve, al fin

Llueve mansamente y sin parar,  llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida,  llueve sobre la tierra que es del mis...