miércoles, 20 de noviembre de 2013

Luna Miguel

Ayer entrevisté a la poetisa Luna Miguel. Iba yo caminando por la Circular de Murcia, con el sudor de la chaqueta y el polo grisáceo y brotado de polillas, pegados a la piel en una mañana de ventolera fría y cuerpo animoso y acalorado, y me dije: <<Anoche no me lo cogió. Luna Miguel, no me lo cogió anoche, andaría literariamente cavilando, literariamente bebida>>. Y entonces, una vez frustrado de consejerías y empresas de agua, que iba yo por la Circular de Murcia, me dije: <<Voy a llamarla ahora, a Luna Miguel, igual lo coge>>. Y lo cogió, Luna Miguel, con su voz de mujer, su melodía blanca y suave, de labios carnosos por los que han salidos versos y besos. Luna Miguel, en Barcelona, y yo por el carril prohibido de un tranvía medio estrenado, verde y agusanado, y con el móvil viejo, que sólo llama y mensajea, hablando con Luna Miguel: <<Que soy de La Opinión de Murcia, sí, una entrevista, por lo del ciclo de gentes del libro, sí, lo del Lunes, Luna>>. Luna me habla desde no sé dónde, quizá una casa de vanguardia catalana, con las gatas ronroneándole a la poetisa, escritora, traductora, prologista, periodista, modelo. Aunque lo de la gata fue luego. <<Ay, que se enreda la gata en los cables y me va a tirar el ordenador>>, dijo Luna, luna lunera, Luna sobre fondo gris, Luna sobre fondo sombreado, Luna galáctica, desde Barcelona, calles del Diecinueve y ascensores elegantes, con portón rococó y luz de aceite y un señor con bigote que lleva enclaustrado de sereno quieto lo menos cien años. Luna, lunera, por la Calle Aribau, la de Laforet, quién sabe, tantas cosas podría uno imaginar mientras esperaba el bus para ir a redacción.

Ese bus anaranjado y mugriento, de frenazos y cristales empañados, de universitarias tristes pegadas a la carpeta y mirada lánguida, de señores con barba que llevan prisa, de conversaciones vagas: <<Sí, ya ves, sociología, estudio sociología, qué cosas>>, <<Pues yo pensaba que eras de magisterio, fíjate>>, <<Buff, lo engañosa que es la vida, pero por los pelos: soy la última promoción. Esto se extingue>>, y el conductor resoplando a cada semáforo, a cada paso de cebra, derrochando apatía y adustez a través del vítreo que nos mira a todos, ese panóptico antiguo y severo, autoritario. Y Luna aguarda a mi entrevista. Luna lunera. De labios carnosos que me hablan a través de las ondas, a veces entrecortadas, balbuceantes por culpa de mi móvil que sólo llama y mensajea, ya ves, cosa del pasado. Y el bus trotando, a ver si llega a la parada del periódico y entrevisto a Luna, que aguarda, <<Media hora, Luna, en media hora te llamo y hacemos la entrevista>>, <<Ok. Aquí me tienes>>, pensamientos en el bus, ecos de la memoria reciente y repentinamente frenados, severamente golpeados con el vaivén del bus, <<Sí, sociología se pierde como carrera aquí, ya ves>>, y las chicas universitarias se aprietan el pecho groso o tímido con la carpeta blanquiazul, con apuntes tristes de colegiala, a boli pilot azul, y Luna allá, fuera de mi mundo, en la órbita gatuna y catalana, <<Te he contestado al correo>>, y una señora mayor sube con el carrito, que hay que ver lo que tarda en subir con el carrito, y el conductor se exaspera, <<Ayúdele a la señora, haga el favor>>, le dice a un hombre de bigote y de periódicos enclavados en la axila, como de toda la vida, y le ayuda a la señora con el carrito, <<Qué, de compras>>, <<Ya ves, un conejo>>, <<El conejo va con lo que le eches: al ajillo, frito, solo, es imparable>>, <<Ya, es como el zapato negro, que viste con todo>>, y se han callado, el mutis después de esa metáfora espontánea, natural, que le ha salido a la mujer de la nada, quizá de su madre o de su abuela, quién sabe, y los dos se han callado, y los humanos jóvenes del bus hablan con los dedos. Yo miro la ventanilla empañada y me subo la bufanda y una chica de otro bus me ha mirado, como perpleja de verme en movimiento, embarcados los dos en los buques naranjas que nos llevan al destino más o menos ansiado, y Luna aguarda, Luna lunera, y yo reflejándome en el ventanal de otros buses, esta casualidad del paralelismo autobusero, en la misma calle, dos buses pegados, y me reflejo orondo en la ventana entumecida, como un toro, ese toro enamorado de la luna, que cantó Escobar, y las chicas de pelo lacio y estirado van sentadas al envés del camino, viendo el paisaje alejarse, y yo, que voy en un asiento normal, racional y cotidiano, veo que el paisaje es un enigma, y la chica triste de la carpeta que amorata sus pechos es una sabia y una anciana que a través de sus ojos veo la nostalgia de un tiempo y paisaje que pasan, y que yo aún no contemplo. 

El viento me empina los pelos. Surca los mares de mi vello. Y el picor en el sobaquillo de esta mañana fría y cuerpo acalorado me duele. La redacción está en calma. Todavía no ha empezado el barullo de la jornada, pasos por aquí, notas por allá, juicios y sentencias en esta mesa, directores y corbatas en esa otra, redactoras de experiencia, hablando de sus cosas mientras teclean la noticia, y el novato, que soy yo, caminando incierto, por el pasillo que chirría, y me siento y me coloco y enchufo la máquina y llamo a Luna, Luna que aguarda, Luna en la órbita de la espera, con los cráteres estirados y rojizos, arañazos de gata, <<Cuéntame, Luna, cuéntame>>. 
La entrevista sale el domingo 24. 

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