viernes, 8 de noviembre de 2013

La melodía de una triste noticia

Melody es la Lola Flores de nuestra época. Me lo soltó anoche así de repente mi colega de piedra, Toan Hernando, que se vino al cubil de zorro vetusto que tengo por la ciudad. Y entre el tintineo de su Martini y mi Coñac, va y me dice: <<Mira, nene, Melody es la Lola Flores de nuestra época y no lo digo más>>, y yo brindé, asentí y tragué. Porque cuando me dicen nene, mejor es callarme. Del bar de enfrente llegaba la queja continua de los albañiles. Todas las noches, el Bar de Abajo ya sólo se llena de albañiles que se amoratan a golpes de orujo. Vienen del litro caliente en el andamio, del chusco galgo  y hediendo a mata hombruna. A Toan Hernando también se le posaba algo de ese olor a sobaco revenido, como a calcetín húmedo, cuando tocaba aquel piano enlutado y decimonónico en el Philadelphia antes de convertirse en el Bar de Abajo. Philadelphia se ve que no cayó bien en este barrio de obreros y ancianos. Suele pasar con nombres extranjeros. Que luego se piensan que vamos de lupanares. Toan Hernando me lo dijo una vez: <<Mira, nene, en el quisco le oí decir a un viejete: ‘¡En el Philadelphia ese pocas putas habrá ahí metidas!’>>. Ahora ya nadie critica al Bar de Abajo aunque las cucarachas les ronden por el cogote a los albañiles de ojos irascibles y envenenados. 


Toan Hernando, antes de venirse anoche a mi cubil de zorro, pasó por el Bar de Abajo a sacar su sempiterno paquete de LM Rojo, y siguió las miradas de los albañiles con el palillo hasta el televisor donde Melody actuaba en eso de Tu cara me suena. Melody es la Lola Flores de nuestra época en el deje y en la gracia del hablar, sólo que aquella no sabía inglés y Melody sí. Aunque pensándolo con más exactitud, quizá Melody no venga tanto de la Madrasa de la Faraona sino de los solares y descampados y la feria rancia a lo lejos con cuatro estrellas de luces en el alumbrado público; de Camela en los altavoces y los domingos en la tarde con los coches de choque sonando de fondo; de El Fary discotequero y de anisete en bares chungos que, por cierto, fue El Fary quien jipó a la niña Melody allá por el 2001 y se convirtió en su productor ejecutivo y le buscó toda la jungla de los gorilas, que el baile del gorila, dentro de su primer álbum De pata negra, se convirtió en canción del verano, de aquel verano en que Melody vino a la verbena de mi pueblo y todos los críos, más o menos de su edad, fuimos a verla. Yo, que por aquel entonces padecía de ataques de asma, me tuve que ir entre toses y ahogos de tanto hacer el jodido gorila y también es posible que aquella noche me diese cuenta ya en la cama de que Melody se estaba convirtiendo en mi primer amor platónico. Al año siguiente la nominaron al Grammy Latino de mejor álbum de la Infancia 2002. 

Todos esos datos y más me los iba ofreciendo anoche Toan Hernando en mi viejo cubil de zorro, sobre la mesa de madera implada de alcoholes, entre brindis y tragos, entre mira, nene, y silencios y ceniza que caía y  el  humo envolvente de sus cigarros, <<Cuatro me quedan ya>>, <<Cómo le das, tú>>, y entonces, aquel humo que me echó a la cara de repente fue la antesala de la noticia: <<Mira, nene, a mí también me quedan cuatro, como al paquete>>. Y después de unos silencios incómodos y palabras nerviosas, <<Lo siento>>, <<Nada, nene, ahora me siento más vivo que nunca>>, buscamos la canción del gorila y bailamos durante toda la noche. Fue al dejarle unas sábanas para que se tapara en el sofá, cuando le noté el tembleque y la misma mirada envenenada de los albañiles del Bar de Abajo. Entonces me hice la idea de que cuando se fuera a la mañana siguiente, ya nunca más volvería a verle. Como aquella vez que cerraron el Philadelphy  y jamás volví a oír un piano igual. 

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